
Desde que se abre esa ruidosa cortina metálica, la faena comienza al toque. Rápidamente, como la primera hostia que me gané cuando niño en el cole. Un ruido de tacos me alerta de un cliente: una faraona virtuosamente maquillada. Su suave perfume minimizaría cualquier pradera Suiza (iluso, como si conociera alguna). Con una celestial voz me pide un "cafe ams llet,descafeinat de máquina". Vuelo por la barra para preparar la mejor obra descafeinada de mi vida. No salgo de mi impresión hasta que una tosca voz me pide un cortado, "y rapidito que llevo prisa". Luego es otro y otro, hasta el infinito. "Welcome to the jungle pinche camarero".
Son las ocho cinco de la mañana y ya estoy corriendo (mmm, Usaint Bolt sería un gran
camarero). Cumpliendo con ésta abnegada maratón que me brinda el sustento. Aun tengo El sueño estampado en mis retinas. Es difícil ser un friegaplatos de mañanas y beodo edonista por las noches (además de ludópata futbolista y cantante frustrado). Pero bueno, calavera no chilla -¡si al menos pudiera peinarme el rostro!-. En la desesperación solo atino a beber agua. El bendito líquido vital. Trato imperiosamente que el puro brebaje, sofoque la resaca que incendia mi alma. Los minutos se han detenido. Las tostadas bailan en la plancha. Los "entrepans ams pan tomaqa", vuelan como turistas por la rambla. Todos tienen prisa. con excepción, claro, de ese puto reloj colgado encima de la cafetera.
Lo único irrefutable, es que el tiempo siempre avanza. Me concentro en mi rutina y a por ellos. Total, no soy un completo aficionado en el arte de la cafetera. He tenido mis mañanas gloriosas -generalmente trabajando con un compañero mas ducho-. Poseo mis recursos (escuálidos, pero latentes). Siempre un as bajo la manga. La buena disposición, por ejemplo, es un punto importante. Un cliente siempre te lo va a agradecer. En más de una ocasión fui a pedir algo a la barra y me atendió un pusilánime ogro. O un desdeñoso señorito olvidadizo. O una escultural camarera en uno de sus días. Todo influye y todo es relativo. Incluso la sed es relativa (Maldito Einstein).
Mi golpe fuerte es mi sonrisa. Me lo han dicho en más de una ocasión (y debo creérmelo como un dogma irrebatible, pinches cabrones). Lo malo es que cuando plego, tengo la cara acalambrada. Como si hubiese manipulado la cafetera con mis morros. Cuando hace frió me cuido de los aires. No quiero terminar como un Joker dispensador de cortados.
La Peña agradece una sonrisa afable. A las yayas les mola que les preguntes: ¿como está, como amaneció?, con la susodicha expresión en mi rostro. Al fin y al cabo es gratis.
Y en estos tiempos de crisis. Lo gratis es la mano...
No hay comentarios:
Publicar un comentario