domingo, 18 de octubre de 2009

El incandescente hombre resaca

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El embrujo de la baja categoría del Ron, iluminó mi sucio foco. Aún encendía el cabroncete. Mientras The clash seguía sonando por mis cascos, traté de alzar la vista e incorporarme a este extraño lugar llamado vida. Dolor, angustia, sed y resaca. Esto, más kilos y kilos de arena. Arena en mi culo. Arena en mis rodillas. Arena en mi cara. Pequeñas particulas de tierra repartidas por todo mi cuerpo. Los restos de sodoma y gomorra en mis cayumbos. Piedrecillas adheridas por aquí y por allá. Como putos políticos al poder. O mejor dicho, como moscas a la miel -aun era muy temprano para pensar en esos calamitosos entes-. Me exhumé de la arena, tratando de abrir mis ojos.

Lo primeró que pensé fue en mis escasas pertenencias. No quería desilucionar a algún cándido ladronzuelo, que osace robar mi pelada billetera. Los críticos tiempos no están para engañar a la gente. Por primera vez me alegraba de no tener móvil.Todo en su lugar. Incluso tenía una lata de birrita olvidada en el bolso. Unico vestigio de la frénetica noche. Como nada es perfecto en la vida, la cerveza estaba caliente. El liquido ardía para envidia de cualquier esquimal deshidratado.

Lo curioso es que ya no estaba solo. Cientos y cientos de personas me rodeaban. La ola no sólo arrojó cervezas calientes, sino que tambíen a un sinnúmero de bañistas. Niños con paletas, señoras con libros, hombres fumando, paquis beer y una gran cantidad de exuberantes CHICAS tomando el sol. Dios mio, que hembras ("porque uno se acuerda de dios en estos momentos"). Pieles tersas, suaves, doradas; gritándole al mundo que sí existen monumentos reales -o algo por el estilo-. Rubias, morenas, pelirojas, una que otra con el pelo azulado, etc. Mis dilatas pupilas se regocijaban ante el espectáculo. Ellas, devorando todos los pinches rayos UV, por esos celestiales cuerpos. Todo esto mientras el puto infierno ardía, la crisis económica empeoraba y uno que otro pájaro caían insolado.

La mayoría de ellas haciendo topples. Una verdadera exhibición de senos. Algunos grandes, otros pequeños, más blancos, ergidos, caídos, tostados, unos tantos arrugados, majestuosos, nimios; etc. Extrañamente, el carnaval de tetas que presenciaban mis obnubilados ojos, no me llamó tanto la atención. En comparación a la fascinación que me provoca un lindo escote.

Entre tanta alegría me refregué el rostro para despavilar. Dolor, ardor, delirio. POR LA MADRE DE TODAS LAS PODRIDAS MIERDAS, ¡como me dolía la cara!. Como si me hubiese afeitado con una plancha. Los hombros y los brazos también daban problemas. Para que decir mis pobres piernas (por suerte aquellas partes estaban guardadas con recelo). Ardía mi cuerpo entero. como una insignificante pulga rostizandose en el asfalto. Incluso me acordé de Juana de Arco -ella tampoco llevaba bronceador cuando la enviarón a la hoguera-. Pensé en todas las veces que, para ligar, pedí fuego e incluso en la ocasión que se incendió mi casa. Por un segundo temí por el estado de mi alma. Aliviado recordé que la había perdido jugando al poker con Belcebú.

¡Agua, agua!, exclamé para dentro. Lo único que tenía era una cerveza caliente. Para peor me quedé dormido con los brazos cruzados, por lo que se había formado un coqueto bronceado. Casi surrealista. Era la puta Jaiva humana. Perece que me había caído de la parrilla. Y continuaba siendo devorado por una abrazador sol. Me recordaba lo insignificante que somos. Adios reloj, adios zapatillas y bolso. Necesitaba sumergirme urgentemente, antes que me evaporara en la arena.

Las chicas ya no importaban. De mi dignidad: migajas. Al carecer de un bañador convencional, disimuladamente, me lancé en mis humildes zungas blancas. El triste espectáculo no importaba. Para mi suerte el alcohol continuaba viajando, desenfrenado, por mis tostadas venas. Minimizaba el bochorno.

-Mar mio, abrázame con tu refrescante agua salada. Apaga a esta braza humana que viene a tu encuentro-, cavilé.

Eramos uno solo. Líquido y yo. El mediterráneo me volvía a acoger en su azulado manto. Los kilos y kilos de basura inorgánica arrojada a sus aguas ya no me importaban. Los centenares de bolsas del plástico, que flotaban perdidas a la deriva, eran solo un mito. Ya nada era real. Ni siquiera la mierda. Tratada una y mil veces en modernas instalaciones, para ser escupida al agua. Solo yo y ella. En los brazos del poseídon bailando un lento cha cha cha.

Una insolente ola me volvió a la tierra -Literalmente-. Me samarreó una y mil veces hasta dejarme sentado y confundido en la orilla. Ya conocía el sentimiento de unos boxers cagados, al ser arrojados a la lavadora. Tragué mil condenados litros de agua salada. Y sabía peor que tequila de puticlub.

Aunque ya estaba refrescado. Mi incandescente cuerpo aun dolía, pero menos. Me largo de este lugar. Me vestí, tratando de no mirar a la peña, que continuaba el ritual de la fotosíntesís. Mucho mar por hoy. Tal vez construya una playa. Total me llevo tonelas de arena en mis calzoncillos.

¿Y como sabe el agua?, salada. Seguro ella se llevó toda su dulzura. Siempre es por ella.

¿Y por qué demonios se me ocurrió dormir en la playa?.


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